BABOSADAS MIAS Y DEMAS HIERBAS

LA CHACHI, ALOCADA PERIODISTA MUY CHAPINA

06 noviembre 2011

UN SOBADOR EN LOS YUNÁIS

A veces es bueno regresar a las raíces y confiar un poco en la sabiduría de la gente sencilla.  Siempre he sido un tanto escéptica con lo que no puedo comprobar, pero como buena seguidora del santo patrono de los periodistas, pues hasta no ver no creer,  y soy capaz de apostar hasta con mi propio pellejo para ver cómo mero es la cosa. Así que hace algún tiempo, que me dolía tanto un tobillo, me decidí a ir a buscar a uno de esos señores que soban, muy famosos allá por los pueblos y aldeas de nuestras tierras.  Pero no crean que tuve que abordar avión para encontrarme uno. No, en los famosos Yunáis también hay soba-huesos... 

Pero no vivía tan cerca de Nueva York, había que ir a un estado cercano...así que luego de haber visitado varias veces al traumatólogo y fisioterapistas, que de sobaditas y liencecitos no pasan, mientras le acaban el seguro médico a uno, al final me decidí ir a ver a aquel famoso sobador salvadoreño, que una señora me había aconsejado visitar más de una vez.  Me atreví a meterme en tal aventura, lo llamé y me dio una cita.

Entonces, emprendimos viaje con mi  Negrito y por el camino le fui contando un par de reportajes que hace algunos años hice en Guatemala.  Recuerdo que una de las primeras historias que realizamos con mi querido y recordado Marcelo Urquidi, fue acerca de un señor que vivía en Ciudad Vieja, de nombre don Pedrito. Un hombre chiquitito, sumamente sencillo, cuyo consultorio era una cobacha con un poyo de leña, camino al volcán de agua.  Allí atendía a tantos pacientes como se daba abasto.  Era increíble la cantidad de personas que se acercaban con sus diferentes dolores, a buscar alivio en las manos de don Pedrito. 

Lo que más nos llamó la atención del viejito soba-huesos, fue que dentro de sus nada ortodoxas terapias físicas  amarraba a la gente, algunas veces, según dijo, para que no se le movieran cuando él trataba de encajarles las coyunturas quebradas. ¡Ay Dios!.  Cuando algún hombre llegaba con testículos caídos (la verdad, él dijo "intestículos"), los colgaga de cabeza, atados de los pies con una soga.  Pero de que la gente salía contenta de allí, yo doy fe, aunque los hubieran colgado...Hasta dejaban regalados los yesos y las muletas.

Otra vez, me fueron a contar de uno que vivía por allá por Agua Blanca en Jutiapa. Púchica, llegar allí fue bien difícil, tuvimos que seguir un camino de piedras sueltas y un tierrero de la fregada...Recuerdo que mi papá me acompañó a visitar al sobador, para preguntarle si estaba interesado en salir en la tele.   Allí la verdad, no vi a mucha gente como en casa de don Pedrito, pero al igual que en la casita de Ciudad Vieja, colgaban de las vigas yesos y muletas, que supuestamente la gente ya no necesitaba al salir de allí.

Era como mediodía y había un tremendo sol, únicamente un par de chuchos y unas gallinas salieron a mi encuentro y para no hacerles largo el cuento, al rato salió el mentado viejo, bien bravo y sin casi poderle decir nada, nos sacó de su casa, machete en mano. Aquí pueden leer la historia completa para que se mueran de la risa: EL VIEJO QUITA-YESOS.

Entre historias de soba-hueso y quita-yesos chapines, llegamos a nuestro destino y a aquel edificio en un barrio sencillo, lleno de paisanos y tras subir unas graditas, tocamos la puerta de su apartamento.  "Dentren", nos dijo una vocecita desde adentro. Así que "dentramos", ¡ay! pero en el mismo momentito, yo quería salir disparada.

Tras una cortinita, estaban curando a un hombre, grande y bien dado, pero que lloraba como un niñito, cuando el sobador le hacía el trabajo en un pie.  Ese hombre pegaba gritos. Y yo ya me estaba ahue... digo, me estaba asustando mucho.  Pero la verdad, soy un poco testarudita...Mi Negris me miraba, como con algo de pena, pero al final como que se tranquilizó cuando yo le demostré que le iba a hacer gorete. Pero no puedo negar que me hizo dudar el llanto desgarrador de aquel hombre que de paso, estaba bolo. Y le di la razón, también yo me hubiera querido pegar un par de capirulazos de saber lo que me esperaba.

Aliviado el paciente, me tocó el turno.  En el consultorio detrás de la cortina, había dos catrecitos y un montón de cajas y bolsitas amarradas.  El susodicho soba-huesos, era un viejito de poca estatura, delgadito y sumamente dulce.  Bueno, me senté a ver qué podía pasar y el sobador sentado en una silla,  me pidió que le comentara cuál era mi mal. Inmediatamente me pidió que me quitara el zapato y le pusiera el pie en sus piernas.  Me examinó un poco y luego me empezó a tocar puntos, hasta que llegó a uno que me hizo saltar de dolor.  

Entonces, se puso a gatear debajo de la cama, buscando según dijo, unos aceititos  especiales.  Le pidió a mi esposo que me abrazara por detrás y poquito a poco, entre plática y plática, agarró una su toallita algo shuca (de seguro con esa misma agarró al bolo) y me ha pegado tremendo doblón, que me hizo gritar y ver lucitas.  Y quería pegarme otro..., pero yo le dije que lo dejáramos allí.

Me preguntó si llevaba venda, y como le dije que no, agarró una camisa vieja, la rompió y con unas tijeras improvisó un vendaje.  Al quererle pagar, nos dijo que le diéramos lo que quisiéramos.

Después nos dio un relato un tanto raro de la historia de la Iglesia Católica, donde revolvió a un rey Hemorroi, con San Pedro...que yo no sé ni por qué salió esa conversación, ni de dónde vino, ni para dónde llegó.  Pero como que luego se acordó que le habíamos dicho que éramos católicos, le cambió al rumbo y terminó diciendo que el catolicismo era el padre de todas las religiones...Al final no sé ni qué pasó allí.  Creo que lo que se temía era perder clientela.  Eso está bueno, porque como que está un poco zafado, pero indiscutiblemente, trabar huesos es su especialidad.

La verdad, salí de allí sintiéndome mejor, tanto que regresé una segunda vez.  Ya no me dio la plática del rey Hemorroi (¿?) y los católicos...pero sí  con esa otra sobadita me sentí todavía mejor.  Aún, cuando empezó a quererme pegar la retorcida otra vez, ya me estaba arrepintiendo y hasta le dije que mejor no me hiciera nada...pero me convenció de que fuera valiente.

Con todo esto, me parece increíble que un país tan desarrrollado, aún se pueda encontrar a un viejito sobador, que con su sencillez y paciencia lo haga a uno sentirse mejor...Allí mis títulos  universitarios  y todo mi escepticismo periodístico, se quedó entre las manos de aquel humilde y amable hombre, que sigue ganándose la vida con su sabiduría milenaria, aún cuando esté tan lejos de su tierra...y yo de la mía.



La foto del rótulo,la encontré en el Panoramio y según parece, es de un sobador que está en Pacoima, California. http://www.panoramio.com/photo/2284618