BABOSADAS MIAS Y DEMAS HIERBAS

LA CHACHI, ALOCADA PERIODISTA MUY CHAPINA

19 julio 2014

NUESTRA RICA Y COSTOSA CULTURA DE LA HARTAZÓN

Una amiga muy querida, quien había tenido una niñez con marcadas limitaciones, un día me comentó muerta de risa que cuando era chiquita, se hizo a sí misma el siguiente compromiso: "Cuando yo sea grande y tenga pisto, lo primero que me voy a comprar  es una ensarta de salchichas y me las voy comer en una fila grandota de franceses".

Suena cómico, pero el trasfondo es simple y comprensible... Y hasta triste.  

Los seres humanos tendemos a desear lo que menos tenemos a nuestro alcance, y a fantasear en que cuando lo consigamos, lo vamos a disfrutar con derroche hasta el hartazgo. Desafortunadamente, en todos los tiempos, el mundo ha sufrido calamidades y escasez, que han golpeado de una u otra forma a todos los países, y en gran medida, a nuestra Latinoamérica. Todavía hay poblados enteros que sufren de desnutrición y carencias de lo indispensable.

Probablemente esa historia de hambre y limitaciones, ha formado una sociedad muy apegada a la comida,  donde estar gordo es sinónimo de progreso y salud.  Por ejemplo, los habitantes de muchas poblaciones guatemaltecas, consideran un halago decirle a una mujer que está bien gordita...(frustrado sale uno de allí).

También a falta de otros recursos, es parte de muchas culturas, el pensar que la mejor demostración de amor a los hijos, la familia y amigos, es alimentándolos. Pero esa  no es  sólo una característica propia de los pueblos hispanos.

Y es que compartir la comida forma parte de todas las culturas humanas y es recurso para la conciliación, la conquista y demostraciones de amor. Jesucristo mismo, al compartir el pan, hizo un pacto de salvación con toda la humanidad.  Y el momento de la cena es el culmen de su misión.

Pero regresando a nuestras sociedades, es bien marcado el hecho que no sabemos distinguir entre alimentación y nutrición, entre comer y hartarnos.

Hablábamos con un gran amigo acerca de lo mal que nos alimentamos en nuestos países latinoamericanos. Las cantidades exageradas de carbohidrato que agregamos a cada tiempo de comida y lo orgullosos que nos sentimos de vivir en un continente que le rinde tributo a la marzorca, al maíz, al elote... o al choclo pues. ¡Qué rico es comer,  verdad! Qué dieta balanceada ni qué pirámide nutricional, aquí lo que vale es la cantidad y no la calidad.

Sí,  y no nos hagamos de la boca chiquita, porque nos gusta comer...y qué fregados.

Pero también, en mi muy humilde y shute opinión creo que el desbalance en la comida no sólamente es nutricional, sino también económico. Creo que de este último se deriva el primero.

Aunque también todavía hay comunidades que padecen hambre. Personalmente,  me he dado cuenta de cómo una familia guatemalteca, hace un caldo con media libra de pollo y lo reparte entre entre 2 adultos y 5 niños. Esas cosas parten el alma...

Qué Mi Familia Progresa ni qué manojo de berros... ¡Zape gato!

Pero en la mayoría de nuestros pueblos, padecemos más de mala alimentación,  que de desnutrición propiamente dicha.  Y nos podemos dar cuenta cuando observamos una gran incidencia de obesidad en pueblos de escasos recursos económicos.  Vemos abordar un bus extraurbano a una mujer con relumbrantes cachetes,  que no sabe cómo llegar atrás, si de lado o atravesada.  Pero a pesar de su gordura, a lo mejor observamos incontables carencias en su vestimenta, acceso a agua para higiene personal, servicios dentales y ni se diga, educación. Allí hay un gran desbalance en el uso de los recursos.

Por mi trabajo, me ha tocado ir a muchos pueblos en diferentes partes de Latinoamérica  e hispanos en USA y este fenómeno se repite.  Encontramos poblaciones catalogadas como sumamente pobres y vulnerables, donde el culto principal es a la comida.  En las fiestas y reuniones, la comida es el elemento primordial y no se sirve en medidas normales, sino en grandes cantidades.  Cuanto más comida, mejor estuvo todo.

Pero eso no se queda allí.  El comer grandes porciones es la meta. Es increíble ver cómo una persona puede comerse hasta 10 tamales grandes en una sóla sentada. O acompañar un plato de exquisito  pepián, con 24 tortillas. Eso, en mi humilde opinión, es una barbaridad.

Me contaron de una familia de clase trabajadora, que contrató a una señorita como ayudante para el trabajo doméstico, más que todo para ayudarle pues venía de una familia numerosa y llena de necesidades de todo tipo. Pero después de un mes de tenerla en casa, vieron que su canasta básica venía para abajo, porque la cantidad de tortillas  que la familia completa consumía en un día, la chica se las comía en un sólo tiempo de comida.

Pensaron que era porque la joven había llegado a esa casa, a encontrar más recursos y cumplir las fantasías de las que hablábamos al principio de mi post, pero no. Descubrieron que en su casa, esa era la forma común de comer para todos. No tenían donde dormir, ni agua potable, ni ropa nueva, pero se comían entre todos alrededor de 10 libras de maíz ¡¡a diario!!

Cuánto podría haber ahorrado aquella humilde familia, si alguien les hubiese enseñado a comer y  a utilizar sus recursos de una forma que les ayudara a progresar.   Aquí también se pudiera utilizar la regla de no regalar el pescado, sino enseñar a pescar.

Hagamos cuentas: Si una familia, siembra y cosecha un quintal de maíz para su consumo mensual, pero en lugar de comerse las 100 libras, vende la mitad y con esa ganancias se abastecen para sufragar otras necesidades. No creo que se mueran de hambre. Y lo que es mejor están utilizando mejor sus recursos.

Eso, creo que es un compromiso que gobiernos, educadores, médicos comunitarios, líderes religios y los comunicadores sociales deberíamos de tomar muy en serio.

Lastimosamente en nuestros pueblos, la costumbres gastronómicas están muy arraigadas, y en muchos lugares la comida es más que sagrada. Meterse con ella y la forma y cantidad que se come, es asunto que hay que tratar con pinzas. El mal uso de los alimentos es un tema serio, en el cual cuesta ahondar.