Cuando La Tomasa decidió un día de tantos, largarse a la capital a probar suerte, ganar pisto y de paso conseguirse a lo mejor, un buen marido con quien salir de pobre y tener muchachitos, metió 3 vestidos, un brasier y dos calzones de lavar y poner, en una su caja de jabones Ambar Ondulado, junto a un rush Cuatro Rosas, una tapaderita de crema Nivea, dos jaboncitos Lux y un elástico de fustán. Su abuelito se ofreció a amarrarle bien la caja y ponerle alguna seña con un hilo rojo para que la pudiera distinguir. La fueron a dejar a la camioneta y entre la moquiadera y las despedidas, el ayudante se cargó la cajita al hombro y la puso a la par del asiento del chofer, "pesa su cajita, usté", le reclamó el hombre quien se secaba el sudor con la playera negra, que hace tiempo parecía no cambiarse. La pobre Tomasa, apenas llevaban como 15 minutos de camino, se quedó dormida en el hombro de un viejito que ni cuenta se dio que la muchachona estaba casi en sus brazos, porque él también iba echándose el cuaje, con la boca abierta.
Una hora y media más tarde, una mujer de gran vestido y delantal se subió que ni azafata a ofrecer tortillas con pacaya y yemas de huevo con salsa. Del pecho la Tomasa se haló un rollito de billetes que traía amarrado al brasier con el elástico de fustán que compró en la tienda de don Chus. Una tortillita en un pedazo de papel y un fresco en bolsa, tuvieron que ser suficientes para el día entero.
Llegó a aquella ciudad llena de humo de camioneta, hombres meando en los postes de electricidad como si fueran inodoros, o escupiendo a su paso, y gentío en las paradas de buses. En la terminal estaba esperándola su tía Güicha y antes de bajarse, fue a buscar su cajita, pero ¡púchis! todas las que venían allí, eran cajas de Ambar y tenían una pita roja amarrada. Confundida, trató de buscar una que le fuera familiar, en eso se recordó de la alegata del ayudante y buscó la más pesada. Ésa era, pero aún no entendía el por qué de tanto peso.
La agarró con las dos manos y se fue con la tía, quien la fue a dejar a una casa de clase media, para trabajar con una señora allá por Jardines en la zona 5. Un cuartito húmedo, oscurito, con un foco de 50 bujías y un catre plegadizo sin almohada, iba a ser su refugio en esa nueva ciudad y trabajo. Decidió entonces, desempacar y grande fue su sorpresa que cuando abrió, lo único que había en la caja eran 3 ladrillotes pesados. "Seguramente, otra persona se llevó mis vestidos y mis calzones", pensó la Tomasa rascándose la cabeza. ¿Y ahora qué?. No tenía ni con qué darse un baño ni cambiarse. Gracias que la señora de la casa le regaló un su jabón y una toalla.
No sabía qué hacer con los ladrillos, pero lo primero que se le ocurrió por el momento, fue echar uno en una bolsa plástica y envolverlo en la toalla para que le sirviera de almohada.
Los días pasaron y por un tiempo tuvo que dormir sin calzón, porque en la noche lavaba el único que tenía. Aún cuando no encotraba novio, el señor de la casa ya le apachaba el ojo y la miraba cada día más con deseos de aprovechársela. Afán que no dejó para mucho tiempo y una noche se aproximó al cuarto de la Tomasa y entre la oscuridad, se le tiró encima queriéndola desnudar. La muchacha, entre el susto y la confusión, sacó el ladrillo que usaba como almohada y se lo estrelló en la cabeza al atacador. Al halar la pita de la luz, vio al patrón ensangrentado salir corriendo del cuarto.
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Al siguiente día estaba la Tomasa a la orilla de la acera, sentada en sus ladrillos y deteniéndose las quijadas sin trabajo ni a dónde ir.
Al menos aún tenía 50 quetzales en la bolsa y para nada quería volver a trabajar de muchacha. Averiguó cómo irse a la casa de su tía Güicha, quien la recibió medio braca. - Ya te me buscás un trabajo, inqueseya de puta, oyiste- le dijo al nomás llegar- Ya arregladita, con un poco de rush, no te has de ver tan mal, vos patoja. Le tiró una colchoneta llena de pulgas y rota al piso para que durmiera. "Esta lo más seguro que era la del chucho que se murió", pensó la Tomasa.
Pasados los días, atormentada por no encontrar trabajo se miraba en el espejo poniéndose un poco de polvo de ladrillo en los cachetes, y hasta pensaba hacerle caso a la descabellada idea de su tía y con bello colorete, salir a ver si conseguía algo.
La obervaba el marido de la Güicha, un viejito que componía planchas y hacía otros chapuces. Era medio tímido porque parece que la mujer lo trancaseaba.
-Mire, Tomasita- le dijo- no se aflija, la vida en la capital es dura, pero no imposible. Y para nada vaya a andar pensado en irse de mujer de la vida alegre, esas son babosadas que habla la Güicha. Usté es bien buena para cocinar, debería de hacer comida para vender.
- Si al menos tuviera una mi hornilla, sería bueno, yo me aviento- le contestó la Tomasa muy decidida.
Mire - le replicó el viejito- yo veo que anda de arriba pa'bajo con unos sus ladrillotes, no sé pa'qué le sirven, pero mire, tráigame uno que yo tengo una ideya.
Con gran habilidad el viejito le colocó una resistencia y un cordón de plancha al ladrillo, convirtiéndola en una estufita.
-Le voy a pasar una extensión de la luz de la calle y póngase a hacer algo de comida para vender.
Una docena de exquisitas dobladas fue lo primero que hizo y las vendió rapidito en el mercado con gran éxito día tras día. Los centavitos le abundaron para comprarse una estufita de gas y pagarse un cuartito. Atol, chuchitos, tostadas y por supuesto dobladas, eran el menú que la Tomasa preparaba desde las 3 de la madrugada. A media mañana ya había terminado la venta y aprovechaba para estudiar cocina por las tardes, en la iglesia de la colonia.
Su decencia y ganas de trabajar, le abrió camino por todas partes. Y hasta se convirtió en maestra de platillos típicos allá en la Iglesita donde estudiaba. Allí mismo, tres años después, se casó vestida de blanco, con un muchacho trabajador que venía todas las mañanas a desayunar a su puestecito de atol, antes de irse a trabajar.
No fue fácil, y tardó algunos sus añitos en salir adelante y poder traerse a su abuelitos a la capital. Construyó una casita, cuyo primer ladrillo fue el último que le quedó, después que los otros dos le sirvieron para almohada, defensa personal, silla, colorete y estufa.
Al l llegar a la casa, el abuelito orgulloso le dijo.
-Ya viste Tomasita, yo sabía re-bien que no te ibas a cruzar de brazos, y que aquellos ladrillos que te puse en la caja, seriya lo único que ibas a necesitar para salir adelante.
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Un cuento que tiene un final feliz. Lastimosamente en la vida real de Guatemala, la telenovela diaria se torna despiadadamente violenta. Cada año, casi 600 mujeres son desaparecidas y asesinadas brutalmente, jóvenes cuyo futuro se quedará únicamente en un sueño que jamás se alcanzó. Anhelos de mujeres productivas con mucho qué hacer por Guatemala, si las autoridades hicieran cumplir las leyes adecuadamente y se enfocaran en que la seguridad ciudadana, fuera el mejor estandarte.
Foto: La Antigua Guatemala Daily Photo http://antiguadailyphoto.com/category/food-drinks/page/3/