BABOSADAS MIAS Y DEMAS HIERBAS

LA CHACHI, ALOCADA PERIODISTA MUY CHAPINA

07 febrero 2013

¡AY CHACHI, HAY CHICHA!

Como mis amables amigos y amigas del Facebook pudieron ver,  el otro día, me puse a experimentar cómo fregados hacer chicha con piña y un poco de especias.  Lo que salió fue mero bueno, con saborcito picante algo a guaro, que mi señor esposo se pasó muy alegre, diciendo como siempre, que alguna otra cosa le faltó, pero se lo acabó todito de todos modos...

No crean que se me ocurrió hacerlo porque tenía ganas de chupar. Nel, es que tenía allí una mi piñita  madura y me recordé de una vez, cuando era chiquita y una muchacha que nos ayudaba en la casa en las labores domésticas, hizo un delicioso brebaje que a mis 12 años de edad,  le cayeron de perlas.

Esta folcrórica señorita, era oriunda de una aldea xinca, situada en una de las tantas montañas de Jutiapa. Su nombre era bastante peculiar, nada olvidable y tal vez, propio de una estrella de rock italiana.  Se llamaba Estéfana.   Aunque muchos aseguraban que su nombre se escribía y pronunciaba sin el fuerte acento en la segunda "E", todos en casa, la llamábamos como ella realmente decía.

Pues bien, la famosa Estéfana quien tenía unos 18 años, era medio juguetona y casi siempre,  le "agarraba" la gana de jugar a la mera hora que mi mamá tenía que salir a trabajar y la empezaba a buscar para darle el dinero del almuerzo; la muchacha se escondía debajo de la mesa, aguantando la risa, cuando mi pobre madre más necesitaba salir corriendo para no llegar tarde a trabajar.   Con su paciencia de santa, mi madrecita mejor se carcajeaba y le pedía por favor que no hiciera eso, aunque nos hacía una mirada de desconcierto, pues ni ella ni mis hermanos, supimos nunca por qué la Estéfana se ponía a jugar a esas horas.

Como se acostumbraba antes, las señoritas del servicio doméstico, también le hacían de niñeras y por ello, era la única que me esperaba contenta cuando yo bajaba del bus del colegio.  Así juntas pasábamos la tarde, viendo novelas y caricaturas en la tele, o acompañándola en la cocina mientras preparaba la cena y yo, hacía mis deberes.   

Me encantaba oirla cómo hablaba y las "de vaqueros" que se echaba mientras preparaba la comida.  Eran historias medio verdaderas de la gente de su aldea y aledaños, que casi siempre se trataba de fiestas que  terminaban en pleitos a tentutazo limpio o lo que es peor, a machetazos. Claro, ella les ponía su toque especial, con su manera tan peculiar de hablar. 

En varias ocasiones, yo le decía que tenía que aprender a hacer algo nuevo, tal vez a lo mejor, estudiar un curso y siempre se mostraba muy interesada cuando yo me ponía a enseñarle de lo que yo aprendía en el colegio.  

En una ocasión, me pidió que le cortara el pelo.  Yo lo hice encantada y le quedó más largo de adelante que de atrás.  Pero a ella le gustó el nuevo estilo.  Creo que pensaba que como mi mamá era estilista, yo también. Bueno, al menos yo me pasaba bastante entretenida, haciéndole peinados y poniéndole cintas al estilo Madonna.  Tanto le gustaban mis estilos, que los domingos salía a pasear peinada en las formas que yo le enseñaba. ¡Já, que ni la Cyndi Lauper!. Qué bueno que nunca me pidió que le pintara el pelo...

Recuerdo que era muy recursiva y una vez hizo pan de Marquesote, pero le salió bien duro.  Sólo ella  terminó comiéndoselo, porque no estaba tan bueno...y también porque después nos comentó que, como le había salido mucha masa, no le alcanzaron las cazuelejas de mi mamá y lavó bien unas que encontró en el cuarto de chunches (el detalle fue que alguna vez, se usaron para darle agua a los chuchos). Pero ella no sabía,  ¿verdad?.

La más memorable de sus travesuras ocurrió una vez, regresando yo del colegio.  La vi muy misteriosa sacando unos frascos del gabinete de la cocina.  Cuando le pregunté qué estaba haciendo allí acurrucada, se asustó un cachito y con una sonrisa pícara, me dijo casi en secreto: "Es que aquí tengo un mi gato". ¡Puchis, dije y a qué hora metió un gato la Estéfana allí!.  Pero no se trataba de un "lindo gatito", sino de un compuesto de frutas que ¡olía tan bien!. 

Rapidito me preguntó que si lo quería probar, a lo que yo le contesté con la misma velocidad que sí.  Entonces agarró un colador y vertió un poquito de la pócima en un vaso. ¡Ay Señor, qué cosa tan rica!. Le pedí que me diera un buen vaso de los más grandotes.  Ella titubeó un poco, pero creo que le agradaba que yo le estuviera dando el visto bueno a su nueva ocurrencia espirituosa.  Me comentó que ya hasta se había olvidado que lo tenía allí escondido. 

Así que yo  terminé la tarde, tomándome casi un litro de la olorosa bebida que hasta ajonjolí tenía.  Recuerdo que después de comer, tuve que ir a la librería a comprar unas hojas, pero iba por la acera caminando como si fuera en las nubes, ¿la verdad, la verdad?, ya no muy me acuerdo.

La cosa es que después regresé y ya no hice los deberes, porque me sentía bien mareda,  y la "bolencia" me tumbó en la cama panza abajo. Sólo sentía que la casa daba vueltas, pero dentro de mí estaba muy contenta...ji ji ji. ¡Ajúa!

La borrachera me tardó bastante. Vaya si no, si según supe, la chicha tenía mucho tiempo de fermentación y tenía un buen grado de alcohol.

Cuando llegó mi mamá del trabajo y me encontró acostada, boquiando y todavía hablando babosadas, se asustó y, aún más, cuando sintió que yo tenía una tremenda estocada a guaro.  Mi mamita, por poco se vuelve loca y lo primero que hizo, fue preguntarme qué había tomado.  Inocentemente, le dije que sólo había tomado de un "fresquito" que Estéfana me había dado, algo que ella llamaba "Gato".

Mi madre procedió a interrogar a la muchacha, quien también un tanto inocentona, le contó que se le había ocurrido hacer un poco de un "preparito" que hacían en su tierra, del cual me había dado, porque yo misma le insistí en que me diera bastante ya que me había gustado mucho.

Esa vez sí que mi mamita no se rió para nada.  Pero, como tantas veces y con su gran corazón, perdonó la travesura de la Estéfana y, claro, nos regañó a las dos. A una, por estar haciendo guaro y a mí,  adviertiéndome de no volver a tomarme cualquier cosa, sólo porque oliera rico. Así estuviera en la casa y hecho de frutas. 

Nunca me imaginé que se tratara de licor, porque estaba acostumbrada a verlo en botellas especiales y con marca.  El hecho que estuviera hecho con piña, jocotes, ajonjolí, nances y no sé qué más, me dio la confianza de echarme mi buen poco de chicha. Y seguir tomando hasta que se acabara.

¡Cómo no me morí!, porque dicen que el hígado de los niños no puede metabilizar el alcohol y puede ser fatal.  Gracias a Dios, todo quedó en anécdota.

Pasado el tiempo, recuerdo que la traviesa Estéfana le pidió a mi mamá que le enseñara a poner inyecciones, pero ¡no se asusten!, nunca me puso ninguna.  Sólo practicaba con una naranja.  

Un par de años después, regresó de nuevo a vivir a su aldea y creo que sacó un cursito de enfermera auxiliar (espero que así haya sido), porque me contaron que colocó este rótulo en su casa:  "SE PONEN INDECCIONES Y SUEROS".

¡Tal vez, también le hubiese ido muy bien vendiendo el famoso Gato!...¡Ay, Estéfana!


    




  














Mi saludo, respeto y admiración, a todas esas señoritas que  muchas veces, bastante jovencitas, la vida las empuja a aventurarse dentro del mundo desconocido de la ciudad, a trabajar y vivir en casas de gente ajena a su familia y costumbres, pero aún así, salen adelante y triunfan.  También a aquellas que no la han pasado muy bien y sufren el desprecio, el irrespeto, la explotación y la soledad.  ¡Arriba la mujer trabajadora!



Foto de Chicha: orgullodeserlatino.webs.com
Foto de joven Xinca: www.mayatikal.co