BABOSADAS MIAS Y DEMAS HIERBAS

LA CHACHI, ALOCADA PERIODISTA MUY CHAPINA

30 noviembre 2006

UNA ALEGRE COMPAÑÍA, POR ANDALUCÍA

Hace unos años, nos fuimos con una amiga a recorrer el sur de España. Nos rentaron un carrito que dijeron que tenía de todo, incluso aire acondicionado, y que al final nos cobraron como de oro o, lo menos, como si fuera un Lamborghini. Sí, un ojo de la cara y... un huevo que se nos quebró en el camino y lo dejamos todo apestoso.

Nos fuimos pues, en un recorrido desde Madrid, hasta la frontera con Portugal. Íbamos de paseo y en busca de un pueblecito, cerca de Jerez de la Frontera, de nombre Puerto de Santa María, pues nos iba a hospedar un tío de mi amiga que era "teacher", en una escuela de la Base Naval de Rota de la U.S. Navy.
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Ella, novia en ese entonces de mi carnal, gringa como centavo nuevo, no hablaba ni jota de español, mucho menos echarse un brinquito en el baile del mismo nombre. El pueblo me era familiar, porque de chiquita, todos los 10 de Mayo, una maestra pizarrina me ponía a cantar una canción que decía algo así: "En una casita chiquita y muy blanca, camino del Puerto de Santa María..."; toda trágica la rolita, que contaba la historia de una viejecita que estaba ciega de llorar, por culpa de un mal hijo. Hacía chillar a las pobres mamacitas, no sé si de pena o de risa de ver que todos los años salía yo cantándola.
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En ese viaje, fui a España a hablar en inglés, porque todo el titipuchal de horas que hicimos en carretera, la única persona con la que platicaba era con la gringa y, al llegar a nuestro destino, tanto el teacher como la family, eran gringuitos también.
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A propósito de carretera, les cuento que el camino fue una tortura, con un calor de cien mil pulgas, porque el famoso aire acondicionado del carro de oro, resultó ser, abrir las ventanillas y no se sabía dónde había mas calor, si adentro o afuera.
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La manejada fue de perros, porque yo no conduzco tan rápido y sólo miraba que los españoles me rebasaban haciendo un montón de señas con las manos y gesticulando palabrotas. Sólo chula no me decían. Era entonces cuando mi amiga tomaba el volante y nos íbamos hechas pistola.
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Pasábamos las horas dándole al mismo cassette, porque ni CD player tenía el "Lamborghini" ése. Y sólamente llevábamos uno que compré en la tienda de una gasolinera (que las hay a cada cierta distancia), donde sólo venden jugos, y lo que mi amiga bautizó como "Chichi-Movies", porque tienen en la portada mujeres empelotadas que son del gusto de los camioneros que recorren las carreteras A, N, E y no sé qué letras más.
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Así que en todo el camino nos fuimos con la "Palomita Blanca" de Juan Luis Guerra. Al menos, oí algo en español, porque cuando ponía la radio, únicamente se ecuchaba la Radiolé con canciones andaluzas, que ni se entienden bien; le pueden estar sacando la madre a uno que igualmente se oye un guitarrazo y algo como un chillido, con "Euauuu...Euauu...Euauuu". Lo mismo de trágicas que la cancioncita del Día de las Madres. Bellas por un rato, pero no para todo el camino.
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No sé si por el calor de la época o fue una mala racha, pero los españolitos no fueron muy sonrientes con nosotros esa vez. Pobrecitos, algunos parecían que ya nos iban a morder. Y es que no sé qué les pasaba, pues yo conozco a muchos andaluces y hasta uno de mis mejores amigos es español y ninguno de ellos, gruñe... Lo contrario, son personas de muy buen humor y grato hablar. España es un país precioso y lleno de gente linda...pero a saber qué paso.
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En toda esta ruta no conocimos muchas personas amables, creo que andaba una mala vibra por allí. A no ser por un viejito bello que nos regaló unas guías turísticas en una calle de Sevilla, que de paso nos cantineó; y de un patojo que estaba bolo y nos invitaba a un traguito, en un pueblito oscuro de nombre Carmona, a donde entramos de noche en busca de una gasolinera y sólamente sobresalía un castillo en una montaña, que más parecía el de Drácula. Además, en el casi interminable recorrido, nos econtrábamos a cada rato con la gigantesca valla publicitaria de un vino jerez, que es una botella con sombrero y guitarra, que adoptamos como nuestro Tío Pepe, quien amablemente nos acompañó por toda Andalucía, junto a un gigantesco toro negro.
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Mi hipótesis es que, como yo andaba con la gringuita, la mara andaluza no se sentía muy cómoda por el hecho de no entender lo que la aquella y yo hablábamos, junto a un revoltijo mío entre medio inglés y un catizumbo de chapinismos. También, que de todo nos reíamos a carcajada limpia. Lo menos pensaron que éramos algo chusemitas.
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Nadie nos paró bola ni para comprar una falda de bolitas y vuelos, para bailar flamenco. Entramos a la tienda y primero nos anocheció, antes de que la vendedora nos fuera a atender. Lo único que pudimos comprar fue una guitarra para mi hermano y unas maletas, que creo que nos las vendieron para ver si nos largábamos más luego por donde llegamos, con nuestra música pa´otro lao.
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A donde entrábamos todas sonrientes, nos paraban en seco con una cara de retortijón y ni por remedio nos devolvían la sonrisa. Hubo veces que curioseando nosotras, pensaban que ambas éramos gringas y nos pegaban ¡cada maltratada!, creyendo que no íbamos a entender. Era cuando yo, me daba la vuelta y le hablaba en español a la Carrie, quien se quedaba algo en la luna, pero me agarraba la onda; mejor nos regresábamos, por miedo a la rabia, porque de eso está jodido morirse uno.
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Hicimos una parada a comer en la ciudad de Antonio Banderas, Málaga, que con todo respeto a los malagueños salerosos y hermosos, creo que se miraría aún más bella si, como principio, le dieran una su barridita. Para ciudades bonitas en esa ruta, yo creo que Toledo, y la que me pareció muy mágica fue Cádiz. O la bellísima e incomparable Sevilla, con sus calles hermosas y parquecitos con olor a azahares. Pero en gustos de ciudades, les recuerdo que es cosa de cada quien.
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Lo que más me gustó de todos esos lares, fue el Estrecho de Gibraltar, por el hecho de unir a dos continentes, y la arena dorada de las playas. Además, los caballos andaluces, los bailes y el saborcito de los vinos y las tapitas de calamares con aceite de oliva, que mejor no me sigo acordando, porque me agarra la filomena y está largo el tironcito hasta allá.
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En este viaje, no hicimos ni una sola amistad española, con la excepción de "The nicer spanish", ¡Tío Pepe!, que nos acompañó por todo el camino, con su grata figura junto al torote igual de gigante de Osborne, que a veces nos aparecía en la pradera andaluza, todo negrote y no dejaba de asustarnos un poquillo; sino, también, porque nos recetamos una botellita del Jerez, que yo digo era la culpable de nuestras carcajadas y de hacernos parecer un tanto lorocas.
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Pero al final, estuvimos alegres. Cómo no se nos ocurrió darle un traguito de vino a los enojaditos que encontramos en nuestro camino, ¿verdad?

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Saludos a Carlitos, Carmen, Fernando, Isabel y Fichi, con todo mi cariño, ustedes son excepcionales. Doña Carmen, no sabe cómo extraño su comida.
Gracias Goathemala por tus apreciaciones.
Foto de valla espectacular de Jerez Tío Pepe: http://www.flickr.com/photos/joserri/34703633/

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23 noviembre 2006

PURA ISHTA DE SOUTH PARK

De chiquita, yo era bien malcriada. Dicen que se me quedaba más rápido un chiste colorado o una mala palabra, que cualquier otra cosa... y vivía ofreciéndole sus trancazos a todo el que me caía mal. Cuentan que era medio adelantada para mi edad, pero yo creo que lo que pasaba era que podía más la shutencia, que la supuesta "genialidad".
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Hace poco, estuve en Guatemala un mi buen tiempo y me acostaba algo tarde entre una y mil cosas por hacer, pero me divertía de lo lindo con una serie de MTV; la de esos patojitos malcriados que se llama South Park, especialmente porque me sentí muy identificada con estos güiritos tan mal hablados y tremendamente irreverentes, que hasta se pasan. Esos son re-pelados para decir las cosas y no respetan ni al Papa. Allí sí me ganaron. Bueno, con mi hermano les poníamos apodos a los sacerdotes de la iglesia. Había uno al que le decíamos "Cremita", porque era negrito y muy dulce; y, a otro, "Mi Mamá me dijo...", en honor al buitre aquél que salía con Buggs Bunny.
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Como de South Park, además de malcriadota, era re-traviesa, pues se me ocurría de todo, y andaba queriendo salvar al mundo por mí misma. Sí, yo y mi gran bocota. Y todavía tengo algo de eso, ¡por la gran puchis!
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Tenía un grupo de vecinitas, algo parecido a los patojos de la caricatura. Pero estas pobres sí que sufrían, porque yo de todo me aburría, hasta de ellas. Las llamaba a jugar conmigo en el jardín de mi casa y les prestaba mis muñecas, pero al rato quería explicarles mi juego y como no me comprendían, me ponía bien brava...y las mandaba a todas al carajo. Mi pobre madre tenía que estarme controlando, porque si no, hasta sus patadas les ofrecía. Sólamente tenía como 4 ó 5 años.
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Yo creo que por ese mi temperamento mi papá decidió enseñarme algunos movimientos de Karate, que aprendí con gran facilidad. Pero eso sí, me advirtió que eso lo usara únicamente como defensa y que no anduviera de pendenciera, porque siempre hay alguien más fuerte o que sabe más y le va a uno como en feria.
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Cuenta mi familia (porque yo no recuerdo bien), que una mañana le pedí a mi mamá dinero para ir a comprar un huevo a la tienda. Ella me dio, creo que 5 centavos, y se quedó con mi hermana, viéndome por la ventana, pues la tienda estaba enfrente de mi casa y no pasaban carros por allí. Bueno, tal vez por mi carácter extrovertido, les caía mal a algunas niñas, especialmente a las que eran un poquito mayores que yo, por lo que 4 patojitas me salieron al paso y me dijeron:
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- Bueno Chachi, hoy si te vamos a pegar, ¡pisada! (Eran igual de mal habladotas que yo).
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Y se abalanzaron sobre mí las montoneras.
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Dicen que yo no chisté palabra y sólamente me concreté a repartir manadas y patadas como Kwi Chang Caine, de la serie de TV, Kung Fu. Para no cansarlos, dicen que las boté a todas. Todavía con gran calma fui a la tienda, compré mi huevo y, entre la boca abierta de la tendera, de mi mamá y mi hermana, regresé sobre mis pasos diciéndoles a las patojas, que aún estaban tiradas en el suelo:
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- Bueno, cerotas... ¿y no se han levantado?
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Les juro que de eso yo no me acuerdo y me da pena cuando me lo cuentan.
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Bueno, con lo de querer salvar al mundo, tengo muchas anécdotas, como aquella al siguiente día del terremoto en 1976, cuando tenía yo como 7 años. Encontré el botiquín de mi casa y otras pastillas que hallé mal paradas por allí, y dispuse que iba a regalar medicina a la gente angustiada que andaba por la calle. Me fui caminando con la cajita en la mano y a todo el mundo le preguntaba si necesitaba alguna medicina. Algunos medio chusemas todavía con lo del terremoto, me decían gracias, que les diera una aspirina.
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Cuando terminé de dar la vuelta, había dejado vacío ya el botiquín. Regalé todo: aspirinas, algodón alcohol, mejorales, sal de frutas Enno, metaphen; hasta Botonetas, creo yo. Lo malo es que también allí iban las medicinas de mi abuelita y, si no se da cuenta a tiempo, la dejo sin sus dosis a la pobre, pues le tocó que ir conmigo a ver quién, entre aprovechado y atarantado, se había quedado con sus pastillas. Porque yo las dí en calidad de aspirinas, también. Creo que eran pastillas para la alergia. Y de paso, dejé sin primeros auxilios a mi familia, en un tiempo tan difícil.
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Tan linda mi abuelita, nos cuidó para el terremoto, porque mis papás no estaban en casa y mi mamacita, logró regresar de Cobán, en una avioneta vieja como 3 días después del sacudión.
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Pero les sigo contado de mis aventuras casi estilo South Park. Una vez, ya en el colegio, la maestra quería quedar bien con la directora y decidió recolectar pisto entre las alumnas para darle un regalo. Para lo único que le alcanzó fue para comprar un zeppelín de esos de pan. Como vimos que estaba muy simple el regalo, YO (la salvadora del mundo) dispuse ofrecerme para decorarlo.
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Nos juntamos en casa de una compañera y entre las dos, hicimos un manjar de esos de maicena, que nos quedó todo crudo. Embadurnamos el zepelín y todavía le pusimos unos chicles de bola y ositos "gummi", como adorno. Para más joder, lo envolvimos, así pelado, en papel de china y luego, de regalo, el cual se pegosteó todo, pero así lo dejamos. Al siguiente día, se lo llevamos a la maestra, quien como lo vio ya envueltito. Rapidito nos mandó a dejárselo a la directora. Nosotras se lo entregamos, por puro chingar, sólamente en nombre de la señorita, y lo recibió muy contenta. De seguro, lo feliz se le quitó cuando abrió el regalito, pues parece que no le habló a nuestra maestra por varios días. Qué mate de risa, muchá.
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Aventuras de éstas, tengo un montón, pero con lo que quiero terminar este relato, es que como yo era re-malcriada, mi mamita linda ya me había advertido que si me oía decir otra mala palabra, me iba a quemar la lengua, porque ni ella ni mi papá decían groserías. (Verdaderamente, no sé de donde salí yo así). A mí, como todo me venía "del norte", ni caso le hice. Así que una tarde, cuando llegaba mi mami de su trabajo, me encontró maltratando a una señora de la vecindad. Me estaba bajando de una escalera, a donde me había subido para ver del otro lado de la pared, hacia la otra casa. ¡Ay ay ay! mi mamá me oyó cabalito, cuando le decía a la vecina:...- !Cállese vieja cerota!
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¡Ja!, para qué quiso más mi madrecita. Me fue a terminar de bajar de la escalera y, tal como me lo había ofrecido, agarró una carterita, encendió un fósforo y me decía:
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- Va, por malcriada te voy a quemar la lengua...¡sacála, pues!...
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Yo por babosa si abría la boca. Allí tenía bien prensados los labios. Pero como era chiquita, no dejé de asustarme un poco. Miraba que mi mamá ya no aguantaba la risa. Y yo, por dentro, me preguntaba: "¿Y mi mami, creerá que yo voy a sacar la lengua?"
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Ahora nos reímos de todas esas babosadas, pero creo que el conato de incendio lingual, al menos me sirvió para ver pa´todos lados antes de decir una mala palabra y fijarme bien si no estaba mi mamá cerca.
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Pienso que todos los patojos tuvimos, tienen y tendrán algo de South Park. Algunos, como yo, son francos, irreverentes, mal hablados y traviesos; pero todos, con gran inocencia y mucha nobleza en el corazón para salvar al mundo. Claro que las malas palabras no se dicen frente a los papás, por el peligro de resultar con la lengua chamuscada.
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Advierto que ahora ya se me olvidó el Kung Fu.
Saludos a Marilena, Vilmita, Esmeralda y la Chiqui. Gracias por aguantarme tanta babosada. Y las que me querían pegar...les juro que ya no me acuerdo ni quiénes fueron.
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Foto:http://www.antena3tv.com/southpark/ La versión española de South Park, debe de ser muy buena. Con lo naturales que son los epañolitos, ¿se oirán igual las malas palabras?

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18 noviembre 2006

BOLAS, DE LAS BOLAS DE FUEGO

Los viejitos y también la gente del campo, cuentan innumerables historias de espantos, que incluyen voces del más allá, seres transfigurados y entre muchas otras cosas, unas famosas bolas de fuego, que quien las miraba, tenía que ir a escarbar en el lugar para encontrarse una ollada de pisto. Y me pregunto: ¿Cuántos irían a escarbar y no encontraron ni pura rosca? Y también: ¿Cuántos pasaron su vida entera soñando con ver una bola de esas, para hacerse ricos de un día para otro? Muchos, me imagino.
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Lo que pasa es que al final, al igual que los cuentos de espantos, esas cosas terminaban siendo únicamente leyendas que pasaban de generación en generación.
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¿Pero, hasta dónde podrán ser ciertas esas apariciones de bolas luminosas? Bien, he de decirles que mi papá nos contaba que mi abuelito frecuentemente miraba una de esas pelotas de fuego y, muchas veces, llamaba a sus hijos para que la vieran también, por lo que mi papá la logró ver más de una vez. Dice que se miraba flotar entre los árboles, como si la luna hubiera bajado a juguetear en el bosque. Un día, siguiendo consejos de muchas personas, mi abuelito persiguió a la gran bola de fuego hasta que se hizo chiquitita. Allí, encontró una piedra blanca amarillenta, que parecía una gema. La envolvió en un pañuelo nuevo y la guardó en un cofre. ¡Púchica! yo hubiera ido a ver si alguien me la compraba.
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Años después de que mi abuelito falleció, mi papá se acordó de la piedrita y fue a buscarla. Estaba justamente entre el baúl, y decidió llevársela en el bolsillo del pantalón. A su regreso a la capital tuvo que atravesar un río y, en eso, se acordó de la joya; pero al buscarla, ya no estaba. Decía la gente que el agua atrae ese tipo de cosas, porque son parte de un "encantamiento" y que, por eso, el río se la había llevado. ¡Ve, qué río tan ladrón!
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Mi mamá también nos contaba que, de chiquita, vio una de esas pelotas de fuego en el patio de su casa. Como queriéndola tocar, corrió a alcanzarla, pero ésta se le fue para arriba y se perdió, hasta que no la pudo ver. Dice que se quedó sin habla por un rato del susto que le dio. Mi abuelito fue a excavar en el lugar de la aparición, en busca de una olla de oro, pero sólo encontró tiestos antiguos y mascaritas mayas. A lo mejor eran un tesoro, pero no el que realmente creyó encontrar. (También esas, yo hubiera ido a ver si las feriaba, aunque dicen que no se deben vender, porque son patrimonio nacional).
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Es que mi abuelito materno siempre soñaba con encontrarse un perol lleno de pisto, y para su buena o mala suerte, un día yo vi también unas como llamaradas que saltaban de un lado a otro en un terreno baldío, cerca de mi casa. Se lo dije a mi abuelito, y no tuve paz hasta que le fui a enseñar dónde mero había sido. Pero entonces, mi lindo, no encontró ni caritas.
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Pero parece que no son simples casacas. Según sé, a lo largo de la historia se han conocido las apariciones de estas bolas luminosas en todas partes del mundo; tanto, que los científicos les han buscado una explicación. Hasta en la NASA se han metido a averiguar sobre su naturaleza o causas. Incluso hicieron una encuesta entre los empleados y se dieron cuenta de que éstas son más comunes de lo que pensaban. Se dice que han dedicado tiempo a su investigación, y algunas han sido observadas desde el trasbordador espacial Columbia.
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Aunque estos fenómenos ya son reconocidos por la ciencia, todavía no tienen explicación. No han sido muchas las conclusiones a las que se ha llegado, pero se registra que, casi siempre, su aparición está relacionada con cambios climáticos, erupciones volcánicas y otros eventos naturales. Y también, de seguro, con la caída de meteoritos. Pero esos, son otra historia.
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Además, dicen que son de diferentes colores, especialmente rojas, blancas o amarillo luminoso. Algunas poseen moléculas de distintos tipos y muchas emiten sonidos extraños, que los supersticiosos han relacionado con voces de ultratumba.
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Como ven, de todo se inventa la gente y por allí han de contar que les habló una luz.
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Claro está que en muchas partes del mundo aún se tomen como fruto de hechicerías y asuntos paranormales, que más se hacen al lado de las leyendas de los pueblos y hasta con historias de extraterrestres.
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Una vez, cuando era más jovencita (¿? ), seguido pasábamos de noche con mis papás frente a un cementerio que estaba al lado de la carretera. Curiosamente, siempre observábamos una serie de lucecitas fosforescentes cerca de las tumbas, que no dejaban de hacer cosquillitas a mi atracción por lo desconocido. Una noche, mi papi me preguntó si me atrevía a entrar al cementerio de noche y verificar qué eran esas luces. Yo, como a los muertitos no les tengo miedo, accedí de volada.
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Detuvimos el carro, y mi mami nos regañó por andar entrando a cementerios de noche; ella se quedó, pero después nos dijo que hubiera preferido irse con nosotros, porque más miedo le dio quedarse solita. Pero entramos con mi papi y, cuanto más nos acercábamos a las luces, se iban esfumando. Ayudados por una linterna, pudimos ver que lo que provocaba la luminosidad eran unos pedacitos diminutos de huesos, seguramente humanos.
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Mi innata curiosidad quedó satisfecha con ir en busca de la verdad, así fuera la investigación de noche y dentro de un cementerio de pueblo, a encontrar restos de difuntitos. Pero creo que esas lucecitas son algo diferente a las bolas luminosas o de fuego, que les menciono en los párrafos anteriores.
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Me queda la interrogante popular (nada científica, de plano) que, ¿quién fregados se inventaría que eran una señal para encontrar un tesoro escondido? Yo creo que, como la mayoría de cuentos, fueron sólo eso, simples bolas o inventos de la gente para ver cuántos caían e iban a abrir el hoyo (en la tierra), pero después siguió ya como una creencia de viejitos.
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Yo lo que digo es que, no hay que creer ni dejar de creer. Siempre hay que echar la buscadita, como mis abuelitos; a lo mejor se encuentran más cosas de las que se pueda uno imaginar. Quién quita, una ollita llena de pisto; pero sería tan viejo el dinero, que ya ni serviría para nada. Bueno, tal vez lo saldría a feriar también. Algún coleccionista me lo compraría a buen precio... claro, si no está todo mohoso.
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11 noviembre 2006

TAYUYO TIO GEÑO

Allá por el oriente de Guatemala, pueden encontrarse a muchos viejitos que, cuando dicen su edad, se va uno de espaldas, porque cuesta creerles, ya que son bien fuertes los señores.
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Algunos son casi centenarios, han engendrado hasta más de 20 hijos y allí andan montando a caballo, ordeñando vacas, fumando y hasta echándose sus copitas. No les duele nada, nunca han tomado una pastilla y jamás en su vida han ido donde un médico. A lo más que llegan es a preparar una agüita de apazote para la ventolera, porque para eso de las frijoleadas y los bazucazos, algunos salieron buenos.
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Llevan una vida bien tranquila; muchos, sin ambicionar cosas más grandes, simplemente porque no han tenido la oportunidad o las ganas de conocerlas. Comen frijolitos, tortillas, chile, gallina asada y les encanta ir al río a cangrejear y a tirar unos sus atarrayazos, para que les hagan una buena ollada de caldo de pescado con jutes y todo. Solamente saben los quehaceres del campo y su mayor malicia es piropiar a las jovencitas, sabiendo que no les van a hacer mucho caso que digamos, porque ya están veteranos y encima, no tienen tanto pisto que ofrecer. Pero algunos, cuando se ponen a enseñarle a uno sus tierras, no alcanzan los ojos para verlas todas, ni las montañas para juntarlas.
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Yo tenía un mi tío de nombre Eugenio, pero todos lo llamábamos, Tio Geño (Sí, sin tilde porque en el Oriente de Guate, "tio" es una forma muy respetuosa de llamar a la gente mayor). Lo conocí poco, lamentablemente no tuve tanta relación con él. Sin embargo, mi papá me cuenta muchas cosas de este mi folcrórico pariente, que nunca hizo daño a nadie; vivió creo, más de 90 años y según cuentan todos, era la nobleza personalizada. Era primo de mi abuelito.
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Dice mi papá, que desde que se acuerda, Tio Geño ya era viejito. Tenía el cabello blanco, los ojos azules, la mirada dulce, y una muy pecualiar forma de hablar, como con la boca cerrada y cambiando el sonido de la "s" por "sh". Algo así como habla Berger, nuestro actual presidente.
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Su esposa se llamaba Eduvina, pero le decían Wina. Esta, parece que le quemaba el rancho a Tio Geño con un tal Juan. Un día mi tío tenía ganas de echarse un su cigarrito y le preguntó a su mujer:
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- Vosh Wina, ¿no tenésh un shigarrito por allí?

- No -, le dijo la Wina algo de mal modo.
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- No te dejó Juan hoy, no vosh?- le replicó con gran naturalidad.
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A lo largo de su vida, se fue quedando el pobrecito más sordo que una tapia. Así que, como le encantaba andar haciendo bromas con los muchachos, se sentaba cerca de donde estaban platicando todos; nomás miraba que alguien medio se sonreía, él se tiraba la carcajada; como para hacer creer que estaba oyendo. La risa era más aún para los otros, porque tal vez no ameritaba tanta bulla lo que estaban contando.
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¡Ah, Tio Geño! Nunca llegó a conocer más allá de su pueblecito, mucho menos la capital. Pero un día se sentía un poco decepcionado y le dijo a los sobrinos:
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- Cuando yo me vaya, cuando yo dishponga irme muchá, me voy a ir lejosh.
- ¿Y como hasta dónde se va a ir, tío? - le preguntaron, pensando en un lugar bien lejano.
- Shiquiera, muchá, yo digo que de irme, lo menosh, me voy hashta Jutiapa.
(Y vivía en Asunción Mita, aproximadamente a 20 Km. de Jutiapa).
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Cuando murió mi tío Mundo, hermano mayor de mi papá, Tio Geño se quedó muy triste, porque era menor que él y se había ido antes. Mi papi, en el momento del entierro, sabiendo que no oía bien, le preguntó algo en voz alta:
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- Tio Geño, ¿cuántos años tiene usted, pues?
- ¿Qué?- le dijo el viejito casi en secreto.
Entonces unos patojos llegaron a gritarle, ayudados por un cuerno de toro:
- Dice, que cuántos años tiene usted...
- Mmmm -, dijo pensativo y señalando hacia la tumba - Mundo, 71...Yo, 8 años mayor que Mundo...- Y se quedó viendo a mi papá con cara de interrogación - ... ¿Cuánto será, oh?
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(No sabía sumar, mi rey).
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Una vez la Wina le dijo que lo iba a dejar. Asunto que al viejito lo entristeció, pero no quería dar su brazo a torcer. Así que, haciéndose algo el bravo, le dijo:
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- Mirá vosh Wina, si deverash te vash a ir...Ai te llevásh hashta el petate... ¿Aloshte?
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No sé exactamente si la Wina se fue al fin o se murió a su lado. Aunque, antes de pasar a mejor vida, mi tío vivió muchos años solito, acompañado únicamente de sus demás familiares, sobrinos en segundo grado, más que todo.
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Supimos que la epidemia de Cólera estaba haciendo estragos por esos rumbos y que Tio Geño estaba con el mal. Cuando mi papá lo fue a ver, le sorprendió encontrar al viejito muy bien y, al preguntarle qué le había pasado, le respondió:
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- Te cuento, que pur puquito, me muero...de una cólera dijeron, fijate... pero me dieron bashtante jugo de limón y con esho me curé.
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Tio Geño murió hace pocos años, pero lo que más creo, que fue de viejito, porque ni la Wina con su traidor amor... ni los tiempos del Cólera pudieron con él.
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Foto prestada de: http://www.flickr.com/photos CC. (No es foto de mi tío, pero cómo se parece)

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