UNA ALEGRE COMPAÑÍA, POR ANDALUCÍA

Nos fuimos pues, en un recorrido desde Madrid, hasta la frontera con Portugal. Íbamos de paseo y en busca de un pueblecito, cerca de Jerez de la Frontera, de nombre Puerto de Santa María, pues nos iba a hospedar un tío de mi amiga que era "teacher", en una escuela de la Base Naval de Rota de la U.S. Navy.
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Ella, novia en ese entonces de mi carnal, gringa como centavo nuevo, no hablaba ni jota de español, mucho menos echarse un brinquito en el baile del mismo nombre. El pueblo me era familiar, porque de chiquita, todos los 10 de Mayo, una maestra pizarrina me ponía a cantar una canción que decía algo así: "En una casita chiquita y muy blanca, camino del Puerto de Santa María..."; toda trágica la rolita, que contaba la historia de una viejecita que estaba ciega de llorar, por culpa de un mal hijo. Hacía chillar a las pobres mamacitas, no sé si de pena o de risa de ver que todos los años salía yo cantándola.
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En ese viaje, fui a España a hablar en inglés, porque todo el titipuchal de horas que hicimos en carretera, la única persona con la que platicaba era con la gringa y, al llegar a nuestro destino, tanto el teacher como la family, eran gringuitos también.
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A propósito de carretera, les cuento que el camino fue una tortura, con un calor de cien mil pulgas, porque el famoso aire acondicionado del carro de oro, resultó ser, abrir las ventanillas y no se sabía dónde había mas calor, si adentro o afuera.
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La manejada fue de perros, porque yo no conduzco tan rápido y sólo miraba que los españoles me rebasaban haciendo un montón de señas con las manos y gesticulando palabrotas. Sólo chula no me decían. Era entonces cuando mi amiga tomaba el volante y nos íbamos hechas pistola.
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Pasábamos las horas dándole al mismo cassette, porque ni CD player tenía el "Lamborghini" ése. Y sólamente llevábamos uno que compré en la tienda de una gasolinera (que las hay a cada cierta distancia), donde sólo venden jugos, y lo que mi amiga bautizó como "Chichi-Movies", porque tienen en la portada mujeres empelotadas que son del gusto de los camioneros que recorren las carreteras A, N, E y no sé qué letras más.
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Así que en todo el camino nos fuimos con la "Palomita Blanca" de Juan Luis Guerra. Al menos, oí algo en español, porque cuando ponía la radio, únicamente se ecuchaba la Radiolé con canciones andaluzas, que ni se entienden bien; le pueden estar sacando la madre a uno que igualmente se oye un guitarrazo y algo como un chillido, con "Euauuu...Euauu...Euauuu". Lo mismo de trágicas que la cancioncita del Día de las Madres. Bellas por un rato, pero no para todo el camino.
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No sé si por el calor de la época o fue una mala racha, pero los españolitos no fueron muy sonrientes con nosotros esa vez. Pobrecitos, algunos parecían que ya nos iban a morder. Y es que no sé qué les pasaba, pues yo conozco a muchos andaluces y hasta uno de mis mejores amigos es español y ninguno de ellos, gruñe... Lo contrario, son personas de muy buen humor y grato hablar. España es un país precioso y lleno de gente linda...pero a saber qué paso.
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En toda esta ruta no conocimos muchas personas amables, creo que andaba una mala vibra por allí. A no ser por un viejito bello que nos regaló unas guías turísticas en una calle de Sevilla, que de paso nos cantineó; y de un patojo que estaba bolo y nos invitaba a un traguito, en un pueblito oscuro de nombre Carmona, a donde entramos de noche en busca de una gasolinera y sólamente sobresalía un castillo en una montaña, que más parecía el de Drácula. Además, en el casi interminable recorrido, nos econtrábamos a cada rato con la gigantesca valla publicitaria de un vino jerez, que es una botella con sombrero y guitarra, que adoptamos como nuestro Tío Pepe, quien amablemente nos acompañó por toda Andalucía, junto a un gigantesco toro negro.
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Mi hipótesis es que, como yo andaba con la gringuita, la mara andaluza no se sentía muy cómoda por el hecho de no entender lo que la aquella y yo hablábamos, junto a un revoltijo mío entre medio inglés y un catizumbo de chapinismos. También, que de todo nos reíamos a carcajada limpia. Lo menos pensaron que éramos algo chusemitas.
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Nadie nos paró bola ni para comprar una falda de bolitas y vuelos, para bailar flamenco. Entramos a la tienda y primero nos anocheció, antes de que la vendedora nos fuera a atender. Lo único que pudimos comprar fue una guitarra para mi hermano y unas maletas, que creo que nos las vendieron para ver si nos largábamos más luego por donde llegamos, con nuestra música pa´otro lao.
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A donde entrábamos todas sonrientes, nos paraban en seco con una cara de retortijón y ni por remedio nos devolvían la sonrisa. Hubo veces que curioseando nosotras, pensaban que ambas éramos gringas y nos pegaban ¡cada maltratada!, creyendo que no íbamos a entender. Era cuando yo, me daba la vuelta y le hablaba en español a la Carrie, quien se quedaba algo en la luna, pero me agarraba la onda; mejor nos regresábamos, por miedo a la rabia, porque de eso está jodido morirse uno.
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Hicimos una parada a comer en la ciudad de Antonio Banderas, Málaga, que con todo respeto a los malagueños salerosos y hermosos, creo que se miraría aún más bella si, como principio, le dieran una su barridita. Para ciudades bonitas en esa ruta, yo creo que Toledo, y la que me pareció muy mágica fue Cádiz. O la bellísima e incomparable Sevilla, con sus calles hermosas y parquecitos con olor a azahares. Pero en gustos de ciudades, les recuerdo que es cosa de cada quien.
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Lo que más me gustó de todos esos lares, fue el Estrecho de Gibraltar, por el hecho de unir a dos continentes, y la arena dorada de las playas. Además, los caballos andaluces, los bailes y el saborcito de los vinos y las tapitas de calamares con aceite de oliva, que mejor no me sigo acordando, porque me agarra la filomena y está largo el tironcito hasta allá.
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En este viaje, no hicimos ni una sola amistad española, con la excepción de "The nicer spanish", ¡Tío Pepe!, que nos acompañó por todo el camino, con su grata figura junto al torote igual de gigante de Osborne, que a veces nos aparecía en la pradera andaluza, todo negrote y no dejaba de asustarnos un poquillo; sino, también, porque nos recetamos una botellita del Jerez, que yo digo era la culpable de nuestras carcajadas y de hacernos parecer un tanto lorocas.
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Pero al final, estuvimos alegres. Cómo no se nos ocurrió darle un traguito de vino a los enojaditos que encontramos en nuestro camino, ¿verdad?
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Saludos a Carlitos, Carmen, Fernando, Isabel y Fichi, con todo mi cariño, ustedes son excepcionales. Doña Carmen, no sabe cómo extraño su comida.
Gracias Goathemala por tus apreciaciones.
Foto de valla espectacular de Jerez Tío Pepe: http://www.flickr.com/photos/joserri/34703633/
Etiquetas: Europa